3 de mayo de 2018

¡Cuántas lecciones nos da nuestro cura, don Manuel!

Benito y Manuel, exinterno y voluntario de la casa de acogida de Cáritas, hoy amigos. | DANIEL MARTÍN

En La Nueva Crónica de León, aparece un artículo títulado "Aprendiendo a ser libres" sobre la casa de acogida que ofrece Caritas León a los internos del centro penitenciario de Mansilla durante sus permisos y donde nuestro cura D. Manuel colabora como voluntario: I. Herrera | 02/05/2018

¿Qué complicación puede tener tomarse un café por el centro? ¿Y salir de tiendas a ver ropa? ¿Y poder levantarte a la hora que quieras? Espera. Todavía no contestes que ninguna. Antes ponte en el pellejo de una persona que lleva años sin salir de un recinto, sin móvil, sujeta a un horario estricto y que probablemente todavía no ha conocido los euros. 
A un recluso le castigan con la privación de libertad y, cuando se la devuelven, ésta se ha convertido en una extraña y no siempre es tan sencillo volver a convivir con ella. Cáritas Diocesana de León tiene un programa de acompañamiento a los internos que disfrutan de sus permisos y no tienen familia, la tienen lejos o, sencillamente, la familia no es el entorno más idóneo para volver a levantar las alas. 
Dispone de una casa de acogida que ‘custodian’ un grupo de voluntarios que les acompañan, por turnos, las noches y los días. Manuel es uno de estos voluntarios y Benito un exrecluso que pasó por esta casa. Hoy ambos se sientan en el sofá de la habitación del piso más alto de la casa –una salita que se ha convertido en el refugio de los que no pueden dormir por los ronquidos, comentan entre risas– y relatan su visión de este hogar. Manuel Rodríguez, sacerdote agustino, lleva tres años haciendo noches, pero antes ya colaboraba con el programa ofreciendo su casa de La Cándana para las actividades que hacen con los internos llevándoles de excursión por la provincia. Ahora pasa una noche a la semana en la casa y, según confiesa, duerme mejor que en ningún otro sitio «y la verdad es que recibe uno mucho más de lo que da; a mí me emociona, y Benito es un ejemplo, el agradecimiento que tiene la gente que viene de la cárcel, cuando en realidad recibo yo mucho más de ellos que ellos de mí». 
Esa noche Manuel ha dormido en la casa con seis internos, todos hombres –porque como en el centro penitenciario, salen separados– y de primer permiso. «Hoy eran todos españoles, de diferentes edades, diferentes orígenes culturales, económicos... Hoy había uno que salía por primera vez tras 17 años interno, el de hoy es un mundo completamente diferente al de cuando entró en prisión, sólo el ver gente constantemente moviéndose por la calle, salir de esa rutina diaria de cumplir un horario riguroso, el poder dormir lo que quieras... les desconcierta». 

Y aclara Manuel que ellos, los voluntarios, no conocen para nada el historial de los presos «y yo nunca jamás les he preguntado, alguno me lo ha dicho, pero yo parto de que son seres humanos, que la cárcel es un lugar en el que puede entrar cualquiera, a mí no me interesa qué motivo les han llevado a entrar». 
Benito, que ha estado escuchando con mucha atención a Manuel, interviene para dar fe de ese desconcierto que se siente la primera vez que sales en libertad. Él cumplió una condena de seis años. Tuvo su primer permiso tras veinte meses de reclusión y fue por enfermedad. Él ingresó en el centro penitenciario de Soto del Real, allí conoció a la mujer que luego se convirtió en su esposa. Se casaron en la cárcel madrileña y cuando a él le trasladaron para Villahierro ella pidió el arraigo familiar y se vino con él. Benito renunció al tercer grado que le concedieron por enfermedad para estar con su mujer: «No quise bajar al CIS, en Mansilla al menos la podía ver todos los lunes dos horas, estando en el CIS habría sido una vez a la semana y por cristales veinte minutos, así que decidí aguantar unos meses mas». Benito salió en noviembre de 2016 y, cuando empezaba a volver a vivir, la vida le dio un duro golpe. Un cáncer terminal se llevó a su señora en muy poco tiempo. Aún se le anegan los ojos al recordarla, pero está muy agradecido porque fue precisamente en esta casa donde le hicieron un último regalo. Pidió renovar los votos con ella y les prepararon una ceremonia por todo lo alto que, al recordarla, dibuja una enorme sonrisa en su cara. 
Benito sabe lo dura que es la cárcel, «no se puede explicar, es para verlo, llega un momento en que pierdes la noción del tiempo e, incluso, te abandonas». Por eso valora tanto la labor que hacen en este hogar. Él, por ejemplo, experimentó el olvido por parte de su familia cuando entró en prisión y aquí ha encontrado una nueva. Ahora acompaña a los reclusos que salen de permiso y, aunque no es de León, aquí ha rehecho su vida. 
El programa de tutela de permisos penitenciarios se ponía en marcha en el año 2003. Como explica Eva Gómez, la técnico responsable del programa, el objetivo es acoger los permisos ordinarios de salida de internos de la cárcel leonesa que no tienen familia, la tienen lejos, o la tienen pero no es un entorno idóneo. «Lo que hacemos es un acompañamiento, les ofrecemos una vivienda y tratamos de eliminar barreras, mejorar un poco la reinserción. 
La mayoría de usuarios de esta casa vienen derivados por la Junta de Tratamiento del centro penitenciario y con la aprobación del juez, aunque a veces también se realizan propuestas por parte del programa de atención e intervención social que Cáritas desarrolla dentro de la propia prisión. 

Trabajan con tres tipos de permisos. Por un lado los ordinarios, personas que vienen de cualquier módulo, sobre todo módulos de respeto. Por otro, también acogen a personas que tienen algún tipo de discapacidad o carencia, personas que necesitan un seguimiento de alguna entidad. Y luego, un tercer tipo de permisos, sería el de los que proceden del módulo terapéutico, «es un módulo de máxima exigencia del centro, procuramos no mezclarles con otros internos porque tienen una programación específica y requieren un acompañamiento más continuado». 

Como se indicaba anteriormente, los hombres salen por un lado y las mujeres por otro, «más que nada por seguir el funcionamiento del centro», y normalmente salen entre dos y ocho personas por semana, del lunes a las 5 de la tarde al viernes a la misma hora. «Procuramos que haya permisos todas las semanas, menos la que hay festivos por descansos de los voluntarios». 
Eva se suma al sentimiento de agradecimiento manifestado también tanto por Manuel como por Benito. «El margen de incidencias de este programa es bajísimo respecto al de otros. Parece que por estar hablando de presos se tiende a pensar lo contrario, pero lo cierto es que no llegamos a un 2% de incidencias, que suele ser gente que se fuga, gente que un momento dado viene en un horario inadecuado... Una cosa muy llamativa es que cuando hacen algo malo lo que más sienten es fallar a los voluntarios, para ellos eso es lo más duro de todo». 
Uno de sus objetivos es trabajar por eliminar estereotipos respecto a la gente que ha pasado por prisión, «cuando una persona sale es porque ha cumplido su condena; y no tiene que ver los años que hayan sido, los hay con pocos más peligrosos y con muchos que han hecho menos, hay que desmitificar que la gente que comete delitos está al margen de la sociedad, un día puedes estar a un lado y, al siguiente, a otro». 

Lo repiten todos ellos hasta la saciedad: «Son personas». Y son sobre todo emociones lo que cobijan en esta casa, gente que se topa de morros con la libertad, una libertad que no siempre es fácil de gestionar tras tanto tiempo lejos de ella. Tienen un millón de anécdotas, de buenos de recuerdos, alguna que otra historia de fugas contras las que «no podemos hacer nada». Explica Eva que muchas veces estas personas que aprovechan el permiso para fugarse la llaman «y yo trato de convencerles, de hacerles ver que eso no les conviene, que vuelven a abrir otra causa, que retroceden, pero no podemos evitarlos, tú les das la información, pero no puedes hacer más, se trata de que realmente experiementen la libertad, aquí nuestro objetivo es que se relajen, que se confíen, que se sientan a gusto». 

Aunque si hay que quedarse con una anécdota, realmente significativa es la de un chico canario que salió de permiso con ellos hace ya muchos años. «Vino el director que había entonces en Cáritas, que era muy efusivo y, cuando se saludó le dio un abrazo. El chico se echó a llorar y confesó que es que llevaba siete años sin que nadie le tocara. Son cosas en las que quienes estamos libres no reparamos, pero son esas mismas cosas las que hacen que estar personas vayan volviendo a la normalidad». 

Por cierto, ahora mismo este programa tiene entre 25 y 28 voluntarios en activo, entre ellos Manuel, pero siempre hacen falta más. Eso sí, como dice Eva, «hay programas que es como las recetas de cocina, requieren unos ingredientes especiales, entre ellos la empatía, porque con alguien que no tiene para pagar la luz es fácil ser empático, pero cuando es con alguien que ha cometido un delito todos somos jueces, ése es el ingrediente fundamental, la ausencia de prejuicios, porque la relación que aquí se hace es personal». 

«Yo siempre digo que yo sé lo que pesa un interno, lo que mide, cuándo entró en prisión, qué hace en el módulo, que actividades realiza, sus datos penales, penitenciarios... pero el que tienen los voluntarios no lo alcanza nadie, saben si les gustan los macarrones, si cocinan bien, se uno es dormilón, si el otro es bromista... ese tipo de cosas solo las da el roce personal».

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