14 de diciembre de 2010

Tarde de agosto en La Mata

En el número 22, correspondiente al verano de 1984, de nuestro entrañable periódico trimestral "La Mata de Curueño, un pueblo que nos une", se publicó un relato de Mary Carmen Rodríguez de Panera que fue segundo premio del concurso literario "La Mata-83".
En un cariñoso correo que me envía Mary Carmen, recuerda al tío Ramiro, mi güelo, al que tantas veces acompañé al soto con las vacas en mi niñez,  y señala en que número está publicado el relato, que ahora reproducimos:

Según avanza la tarde el sol cae abrasador y es tonificante sentir en el rostro la fresca brisa que bajo la sombra de unos viejos chopos se desliza tenue, acariciadora.
Todo el entorno se ve inundado por la presencia del silencio, un silencio relativo, pues las alegres cigarras me hacen compañia con su monótono canto.
Desde mi rincón contemplo los solitarios campos, huérfanos de la presencia del labrador que, pacientemente, palmo a palmo y surco a surco comprueba cómo su esfuerzo no ha sido baldío. Más allá los trigales, con sus doradas espigas, esperan pacientes la llegada de la siega; rojas amapolas ponen una nota de color y de alegría.
A lo lejos se recorta la silueta de un pequeño pueblo de blancas casas, cómo recién encaladas, situado al abrigo de bajas colinas pobladas de pinos.
De vez en cuando algún murmullo de voces me sacan de mi voluntario y corto aislamiento; bañistas que van y vienen acariciando la zambullida en las aguas del cercano río, el Curueño.
Más cerca, un anciano de piel curtida por los rigores del tiempo; su rostro está surcado por las inevitables huellas del transcurso de los años. Se acerca con paso cansado bajo el sol abrasador de agosto; sus pasos lentos van dejando su huella en el polvoriento camino. Parece un personaje arrancado de las páginas de un libro. Viste traje oscuro; la chaqueta, doblada, reposa en su brazo izquierdo. La camisa, abrochada hasta el cuello, reluce al sol, cerrándose las mangas en torno a sus delgadas muñecas. Se apoya confiado en su porraca de fina madera y trabajada con esmero; sus pasos le llevan en dirección al río; la boina le protege del implacable sol.
Al contemplar su silueta desfilan ante mí otras imágenes archivadas en mi mente y que ahora afluyen frescas en el recuerdo, un recuerdo revivido ahora de otro hombre, viajero ya por caminos eternos: el tío Ramiro, anciano de paso firme, seguro, hombre afable que disfrutaba con el diálogo. Cuántos sudores en los surcos de sus tierras, surcos que se quedaron "apegados" a su piel curtida, recia y de serena mirada.
Cuántas veces a lo largo de los años, habrá hecho el camino del pueblo al soto. Guiando paciente el ganado hacia el pasto, mañana y tarde, a su paso por "La Fábrica" se entablaba una amena charla. Mientras yo lavaba en la presa, él se apoyaba con su larga hijada y conversábamos; era agradable el diálogo. Un día, al volver, me encontré sin su presencia. Huérfanos están los caminos en los que dejó su huella al igual que en el recuerdo.
Mientras transcurre el tiempo escucho somnolienta el monótono sonido de la cercana presa; algún que otro pájaro deja oir su canto perezoso; todos, niños y mayores, se han ido, y yo, aquí sola conmigo misma, disfruto de esta quietud, casi palpando el silencio.
Un pajarito, torpe e incierto, parece volar por primera vez; su leve piar parece como de principiante; se acerca a unas zarzas y, como despistado, vuela sobre mi cabeza e intenta volver al nido bajo el alero de la casa.
El abuelo Donato, alegre, regresacon los bañistas y agita las ramas de los manzanos. Al llegar "la gente del río" presiento que mi aislamiento ya ha concluido. El bolígrafo y el cuaderno han sido mis silenciosos confidentes en esta TARDE DE AGOSTO EN LA MATA.

1 comentario:

Rodriguez dijo...

Salud y suerte a cuantos se acercan a este espacio. Que la Navidad llene de esperanza a todos.
FELICIDADES